La septicemia, también conocida como envenenamiento de la sangre, ocurre cuando bacterias, virus u hongos ingresan al torrente sanguíneo, lo que provoca una infección grave.
Los primeros síntomas incluyen fiebre alta, escalofríos, debilidad, sudoración y caída de la presión arterial, mientras que los síntomas posteriores pueden incluir insuficiencia orgánica y shock séptico.
La septicemia puede ser causada por varios tipos de infecciones, incluidas infecciones bacterianas, virales y fúngicas, que a menudo se originan en fuentes como infecciones del tracto urinario, neumonía o heridas.
Ciertas personas son más susceptibles, entre ellas los ancianos, los niños pequeños, aquellos con sistemas inmunes debilitados y las personas con enfermedades crónicas como diabetes o cáncer.
El diagnóstico implica identificar los síntomas, realizar análisis de sangre y estudios de imágenes para determinar el origen y la gravedad de la infección.
El tratamiento antibiótico inmediato es esencial y puede implicar la administración de líquidos intravenosos, vasopresores y cuidados de apoyo para controlar la disfunción orgánica.
Si no se trata, la septicemia puede provocar sepsis, insuficiencia orgánica y muerte, con una tasa de mortalidad de aproximadamente el 30-40% para el shock séptico.
Para prevenir la septicemia es necesario practicar una buena higiene, mantener limpias las heridas, vacunarse y buscar atención médica de inmediato ante sospechas de infección.
El pronóstico para los pacientes con septicemia varía dependiendo de la gravedad de la infección y la rapidez del tratamiento; muchas personas se recuperan completamente, pero algunas experimentan complicaciones a largo plazo.
La recuperación de la septicemia a menudo requiere rehabilitación, incluida fisioterapia, para recuperar fuerza y movilidad, además de abordar posibles problemas de salud mental.